John Dewey y, en torno a los referentes para la didáctica del lenguaje en el primer ciclo “Herramienta para la vida: leer y escribir para comprender el mundo”, propuestos por la Secretaría de Educación Distrital dentro de del marco del proyecto “Bogotá humana”.
John Dewey, filósofo, psicólogo y educador estadounidense, abogó siempre por un currículo activo, basado en los intereses propios del niño, en contraposición a un currículo cerrado, estático y prohibitivo, característico de la educación tradicional (pasiva). Para Dewey (1977), la educación debe estar libre de ataduras y debe responder a las verdaderas capacidades del niño:
La cuestión del método se puede reducir en último término a la cuestión del orden de desarrollo de las capacidades e intereses del niño. La ley para presentar y tratar las materias es la ley implícita en la propia naturaleza del niño […]El aspecto activo precede al pasivo en el desarrollo de la naturaleza del niño; la expresión tiene lugar antes que la impresión consciente; el desarrollo muscular precede al sensorial; los movimientos se producen antes que las sensaciones conscientes. Creo que el estado de conciencia (consciousness) es esencialmente motor e impulsivo; que los estados conscientes tienden a proyectarse en acciones.
El olvido de este principio es la causa de una gran parte de la pérdida de tiempo y de energías en el trabajo escolar. Se coloca al niño en una actitud pasiva, receptiva o absorbente. Las condiciones en que se halla son de tal género que no se le permite seguir la ley de su naturaleza; el resultado de ello son pérdidas y rozamientos (p. 41-43).
En efecto, las actividades realizadas a lo largo de la secuencia didáctica promovían una participación activa de los estudiantes, en tanto que, sus intervenciones orales estaban privilegiadas por experiencias personales, familiares y escolares.
Con relación a los referentes para la didáctica del lenguaje en el primer ciclo, se tiene en cuenta la fuerte influencia, e importancia, que tiene la oralidad en la adquisición de la cultura por parte del individuo. y, Dicha adquisición será también una vía de acceso al conocimiento:
La vida social, cultural y la vida académica transcurren, en gran parte, en el terreno del lenguaje. A través del lenguaje construimos una voz para hacer parte de esa larga conversación con los demás y consigo mismo, de la que participaremos a lo largo de la vida. En el espacio de la cultura escrita nos vinculamos con el patrimonio cultural de la humanidad, nos relacionamos con la literatura, con las tradiciones, con los registros de otras épocas; por estas razones, el lenguaje hace parte de las prácticas culturales, que son complejas y se sitúan en los contextos específicos de espacio y tiempo (Pérez & Roa, 2010, p. 23).
De los mencionados referentes, se toma también la temporalidad específica, la sistematicidad y la intencionalidad, aspectos relevantes para el adecuado desarrollo de la oralidad: “El lenguaje oral en la escuela requiere de un tiempo específico y de un trabajo sistemático e intencionado, pues aunque el habla es una condición natural, no se desarrolla espontáneamente sino que implica una orientación por parte del docente” (Pérez y Roa, 2010, p. 29).
En suma, el lenguaje oral es una práctica social y como tal debe ser guiada y diseñada curricularmente desde la escuela. En otras palabras, la escuela, a través del maestro, debe propiciar los ambientes didácticos para que se de dicha práctica:
Basados en este concepto de lenguaje oral como práctica social y cultural, nos corresponde en la escuela diseñar situaciones en las que se participe en diversidad de prácticas orales y otras en las que dichas prácticas se tomen como objeto de estudio para aprender sobre ellas. (Pérez & Roa, 2010, p. 30)